La historia del hotel Savoy, de la Edad Media hasta la novela de Bennett

Por más que, después de la avalancha de comentarios que trajo consigo la convocatoria de la ABBA 2013 (gracias de nuevo a los entusiastas participantes) este blog había quedado en barbecho, confiamos en que no por ello habrá decaído el interés por Arnold Bennett y su mundo. El letargo estival invita a descubrir nuevas lecturas y, por qué no, a buscar conexiones entre lo que leemos y lo que ya sabíamos. Conexiones a veces insólitas, como la que plantea esta entrada.
 
Se supone que así debió ser el Savoy Palace
Sin duda los que hayan seguido las publicaciones de este blog estarán familiarizados con la querencia de Bennett por el Hotel Savoy londinense. Sabrán también que la huella que dejó nuestro autor en el hotel se traduce aún hoy en una tortilla que lleva su nombre en la carta de su restaurante. Igualmente, no ignorarán que este famoso establecimiento se convirtió -bajo los nombres de Grand Hotel Babylon y de Imperial Palace- en protagonista nada menos que de dos de sus novelas. Lo que posiblemente no sepan es que el Hotel Savoy tiene unos orígenes regios y medievales. Y una interesante conexión francesa y hasta barcelonesa, si me apuran. La pista de esta curiosa genealogía la he encontrado en un fascinante libro de Norman Davies sobre los reinos desaparecidos de Europa, concretamente en el capítulo dedicado al reino de Saboya. Pero no les entretendré explicando los orígenes y avatares de dicho reino, a pesar de su interés.
Nos remontaremos al siglo XIII, cuando una Leonor de Provenza de doce años de edad arribó a las costas inglesas para contraer matrimonio -las alianzas dinásticas así lo requerían- con Enrique III de Inglaterra en 1236. La joven reina, hija de Ramón Berenguer IV, conde de Provenza y de Barcelona, y de Beatriz de Saboya, iba acompañada de un nutrido séquito de nobles, entre los cuales estaba su tío materno, el conde Piero de Saboya. Piero (o Peter, como le llamaban en su nuevo país) consiguió el favor real y Enrique III le nombró conde de Richmond y le otorgó un pedazo de tierra entre el Strand y el Támesis sobre el que el conde edificó un castillo, el Savoy Palace, que sus descendientes convertirían en el más lujoso del reino. Sin embargo, el palacio ardió durante las revueltas campesinas de 1381.
 
 
Más adelante, Enrique VII construiría en esos terrenos un hospital para pobres, el Savoy Hospital, que abrió sus puertas en 1512. El hospital se mantuvo durante dos siglos, pero luego cayó en desuso y sus edificios se usaron para otros propósitos. En 1864, de nuevo, los edificios que ocupaban ese emplazamiento fueron pasto de las llamas, y el solar permaneció vacío hasta que en 1880 el empresario Richard d'Oyly Carte lo adquirió con la intención de construir en él un teatro (el Savoy Theatre) expresamente para representar las populares operetas de Gilbert y Sullivan. Se dice que los beneficios que obtuvo de estas le sirvieron para erigir, en 1889, en un solar contiguo el Hotel Savoy. Carte contrató como director del hotel a un hotelero suizo, César Ritz, quien a su vez trajo consigo a su chef preferido, Auguste Escoffier. Dos nombres que harían historia en los anales de las hostelería y la gastronomía. Los que hayan leído el Gran Hotel Babylon de Bennett reconocerán sin duda, tenuemente disfrazados, a estos dos personajes reales en la novela.

 
  
Y todo deriva, en primera instancia, de un olvidado conde saboyano. Resulta interesante ver cómo, detrás del lujoso hotel que hoy ocupa un lugar privilegiado en la capital británica, se esconden varios siglos de agitada historia.

Sobre la publicación de "Enterrado en vida" de Arnold Bennett · Nota aclaratoria de ABBA

Desde hace muy pocos días -véase entrada anterior del administrador del blog "El infierno de Barbusse"- se encuentra disponible en las librerías la obra de Arnold Bennett Enterrado en vida, en una traducción antigua, revisada, adaptada y anotada por un servidor (José C. Vales) y prologada por Jesús J. Pelayo, y publicada por la editorial Impedimenta.
El hecho de que algunos de los participantes en la ABBA hayamos colaborado en esta nueva edición de Bennett ha levantado algunas suspicacias y se ha llegado a sugerir que el encuentro de bloggers había sido una componenda mercantil para favorecer la venta de un libro (ignoro si el de RBA, el de Melusina, el de Impedimenta o el de otras editoriales cualesquiera), y no lo que en realidad fue: un fantástico encuentro de bloggers en el que se puso de manifiesto la primera intención de los organizadores: honrar y valorar a un escritor olvidado por estos pagos.
Desde luego, cuando uno no ha actuado maliciosamente, no tiene por qué dar explicaciones y cuando uno ha actuado honradamente, cualquier explicación comienza a sonar a excusa. Y, además, como se sabe, excusatio non petita... Pero lo cierto es que desde algunos lugares sí se están exigiendo explicaciones que "demuestren" que ABBA no fue una conspiración forjada en una oficina de márketing para vender uno u otro libro. En principio, la simple elección del nombre (que es el de un grupo sueco y eurovisivo de música popular) debería ser suficiente para despejar cualquier duda: sólo a unos bromistas empedernidos como Elena Rius y un servidor se les podría haber ocurrido algo semejante.
Pero como se observa que alguien puede haberse tomado el asunto por su vertiente más formal, vayamos a ello.

Un servidor (José C. Vales) conoció por primera vez la obra de Arnold Bennett durante el verano de 2011. La primera reseña en blogs de la que yo tengo constancia a propósito de Bennett es de "La Amena Biblioteca de Redfield Hall" (participante también en ABBA), que publicó "Constanza y Sofía: otras dos heroínas del siglo XIX" el 18 de septiembre de 2011. Pocos meses después, el 30 de abril de 2012, publiqué en "Las luciérnagas no usan pilas" una reseña sobre Cuento de viejas, de Bennett, en RBA. Y ahí quedó todo hasta que Melusina publicó el opúsculo Cómo vivir con 24 horas al día, al cual hice referencia en otro post de "Las luciérnagas..." el día 16 de octubre de 2012. Pues bien, fue a propósito de los comentarios a esa entrada cuando Elena Rius y un servidor decidimos promover un "encuentro" bloguero en el que todos aquellos que quisieran, voluntaria y libremente, colgaran en sus blogs un post sobre Arnold Bennett el día en que se conmemoraba su muerte, el 27 de marzo del año siguiente, esto es, en 2013. Lo cierto es que escogimos esa fecha porque nos parecía cercana, y no porque tuviera más relevancia la muerte o el nacimiento de Bennett, ni porque nadie nos la sugiriera en absoluto. De hecho, la cosa fue tan ingenua que escogimos la peor fecha posible: ¡en plena Semana Santa! Si un director de márketing hubiera cometido semejante negligencia, ya estaría despedido. Hace falta ser muy suspicaz, e incluso más que suspicaz, para pensar que esto puede ser una trama organizada para publicitar o vender... ¡un libro!
El caso es que Elena Rius y un servidor nos olvidamos prácticamente del asunto hasta que fue acercándose la fecha: porque el encuentro tenía su gracia y nos divertía forjar una amistad que había nacido al calor de los comentarios en nuestros blogs.
He de decir, pues es completamente cierto, que desde que leí a Bennett, comenté su obra con todos mis amigos, incluidos los responsables de la editorial Impedimenta, y no porque yo tuviera ningún interés en que publicara a Bennett -jamás se me ocurriría inmiscuirme en labores profesionales de otros-, sino porque los responsables de Impedimenta son buenos amigos míos.
A finales de febrero recibí una comunicación de Impedimenta en la que se me decía que Jesús J. Pelayo (de "El infierno de Barbusse", al que no conozco más que por su blog, también participante en la ABBA) les había sugerido la publicación de una obra de Bennett. Ni siquiera voy a comentar esta parte, pues desconozco los detalles y, aunque Jesús no tiene por qué dar explicaciones, las dará si le parece bien y le apetece. El caso es que Impedimenta, cualesquiera que fueran las razones, decidió publicar un texto concreto de Bennett y a principios de marzo me encomendaron la edición y anotación del texto, junto a una nota en la que se diera cuenta de la labor literaria de nuestro autor.
Y he de decir que todo esto lo conocían algunos de los participantes en la ABBA, pues creo que ni Jesús J. Pelayo ni Elena Rius ni un servidor ocultamos nunca este proyecto. En el encuentro de blogs literarios de Barcelona, por ejemplo, se comentó. Aunque también es cierto que yo le avancé a Elena Rius la posibilidad de que alguien pudiera pensar que todo había sido una perfecta conspiración para que una u otra editorial vendiera más libros. (Esto, en principio, resulta un poco pretencioso, y concede a los blogs una fuerza económica que en realidad no tienen).
En definitiva, la publicación de Enterrado en vida es más la consecuencia de un interés que suscitó la ABBA y de una elección personal y profesional del editor que el paso previo a una conspiración para vender unos cuantos libros más.
Seguramente la vida sería más interesante si hubiera personas tan inteligentes como para organizar conspiraciones de ese tipo, pero la vida es más vulgar y sencilla: mi amiga Elena Rius y yo creamos ABBA y luego un editor publicó Enterrado en vida. Y ya. Y los lectores de Bennett ya saben que la vida no es una sucesión de contubernios y conspiraciones, sino de hechos comunes y vulgares, en los que nos detenemos para admirar la enrevesada y prodigiosa simplicidad de la existencia.
No quiero despedirme sin felicitar nuevamente a los participantes de la ABBA por sus magnificos trabajos y enviarles un caluroso abrazo.
José C. Vales.

Priam resucitado, por El infierno de Barbusse

Para buenaventura de los lectores que buscaban hace tiempo esta obra entre los volúmenes de celulosa compacta y amarillenta que pueblan las librerías de lance –búsqueda errabunda e infructuosa, en la mayoría de los casos–, la editorial Impedimenta desentierra el Enterrado en vida de Arnold Bennett. Es el libro de esta primavera. No solo de esta primavera –qué digo–, de muchas más, pues su recuerdo, una vez leído, es indeleble. ¿Que no me creen? ¿Que lo dudan? Vale. Pero no duden de que yo dude, porque yo no dudo, yo afirmo, sentencio, proclamo. Desde que leí en la ya clásica colección de la Biblioteca Personal Borges esta deliciosa novela, su antihéroe, el entrañable Priam Farll, entró a formar parte, directa e inamoviblemente, de mi particular galería de personajes literarios de ficción. Y entrar en ese selecto club no es –ya se lo aclaro– fácil ni rápido. Requiere reunir unas condiciones, comportamientos y desventuras que solo unos pocos caracteres atesoran y despliegan. Requiere unas duras oposiciones por parte de los aspirantes. Así que, les repito, no duden de que yo dude. Tampoco dudarán ustedes cuando conozcan al pobre Priam. Tiempo al tiempo.

En España, la presencia en librerías de este gran autor que es Bennett se ha limitado a la que se considera su obra maestra, Cuento de viejas (Editorial RBA, 2011), en su línea narrativa mas seria. Ahora viene a sumarse a la oferta este clásico de la novela cómica inglesa –Bennett cultivó este género con varios títulos inolvidables–, impagable por lo que de satisfacción y bienestar nos reporta a nuestro sistema nervioso central. En esta flamante edición, Impedimenta rescata, con feliz criterio, la traducción de Vicente Vera (aparecida ya en la edición de Calpe, de 1921), que ha sido revisada y actualizada por José C. Vales (colaborador habitual de la editorial de Enrique Redel), y que transmite de modo admirable el tono humorístico –a veces un tanto surrealista– y grácilmente irónico de la novela. El mismo Vales escribe también un estudio sobre el autor, su producción y su contexto literario. Pero lo más importante de esta edición, y lo que supone una verdadera apuesta por su consistencia bibliófila, es que incluye –aunque esto no se refleje en la cubierta, sí en la portada interior (tendrán ustedes que abrir el volumen si quieren comprobarlo)– un airoso prólogo –a mi juicio– titulado «Priam Farll y el antídoto perfecto para la timidez», a cargo del señor Barbusse (aunque firmado, eso sí, con su seudónimo urbano). Digresiones aparte, lo que les puedo decir con absoluta seriedad es que quien se haga con esta edición, tendrá una verdadera joya, pues los ingredientes con los que se ha arropado –y los cocineros que han cocinado– tanto contenido como continente de la obra son de la mejor calidad y buen gusto.

The Old Wives´ Tale (Cuento de viejas), de Arnold Bennett, por Strange Library

Cuando Elena me hizo el honor de invitarme a participar en la Arnold Bennett Bloggers Assembly(por favor, no dejéis de visitar la página, es muy interesante y a partir de hoy se pondrá aun más con colaboraciones de muchos compañeros de diversos blogs) empecé a devanarme los sesos viendo como retomaba a Bennett, al que tenía abandonado, no por falta de cariño sino por falta de tiempo, como (casi) siempre. 


Finalmente, aun sabiendo que me repetiré con más de un compañero  me fui a por la obra emblemática de Bennet, que leí mucho tiempo atrás y me dejó un recuerdo estupendo, aunque algo difuso a día de hoy. Había que enmendar esa nebulosa y ¿qué mejor momento?. 

En realidad reconoceré que en lo más profundo de mi, cada vez que releo una obra que me ha gustado, siempre hay un cierto temor a que en la segunda lectura me defraude. He de reconocer que en alguna ocasión ha sido así. A medida que evolucionamos en las lecturas vemos muchas obras y autores de manera diferente. No puedo comprender porqué subrayé o acoté lo que subrayé o acoté muchos años atrás (¿en que estaría yo pensando entonces?). Pero muchas otras veces la chispa mágica vuelve a saltar. 

Ya en el último viaje a Londres me habían dado ganas de releer el libro tras encontrarme por casualidad (mientras seguía la pista de Sherlock Holmes) la placa conmemorativa en una de las casa en que vivió y escribió (y murió, como afirma la placa) este escritor. En la mismísima Baker Street. No tenía ni idea de la asociación de Bennett con Baker Street y Marylebone.

La placa en la casa de Bennett en Baker Street.

Así que, manos a la obra, fue llegar el libro y cinco minutos después estaba liado con él. El libro, publicado en 1908, narra las vidas paralelas y divergentes de dos hermanas, Sophia y Constance Baines. Las sigue en sus vidas a lo largo de más de sesenta años, desde su adolescencia hasta su vejez. Y aquí podría conectar con lo que comentaba en la entrada anterior, la biografía de la Reina Victoria, referente a que toda persona anciana ha tenido una juventud de la que posiblemente nada sabemos hasta  que no indagamos. Me explico: en la introducción Bennett refiere que un día que estaba cenando entró en el restaurante una anciana fea y grotesca, con voz ridícula, liando una buena en una pelea con una camarera. Solo un rato después de haber estado riéndose de ella se paró a pensar que esa mujer habría sido una vez joven, delgada y posiblemente hermosa. Solo entonces reflexionó sobre cual habría podido ser su trayectoria vital, que infancia, juventud y madurez podrían haber desembocado en esa senectud ridícula o patética. En esta especia de epifanía el escritor decidió reflejar el arco vital de las protagonistas convirtiendo este en la espina dorsal que articula toda la novela. 

Arnold Bennett

Bueno, para empezar no hay que ser especialmente observador para fijarse en los dos nombres de las protagonistas. Una Sophia, el conocimiento, otra Constance o la constancia. Pues eso, que como decía aquel humorista al contar la adivinanza "hay que estar atento a las pistas". Sophia es hermosa, voluntariosa, aventurera y valiente. Constance es sencilla, humilde y obediente. Si bien es cierto que Bennett no lo pone muy difícil en este caso. Este juego de nombres (algo facilón, la verdad) nos podría recordar a otras tantas protagonistas de novelas dentro y fuera de las islas británicas (me resultaba difícil no acordarme de Marianne y Elinor Dashwood en Sense and sensibility). Pero en realidad la obra va mucho más allá de una simple asociación de ideas o comportamientos y nombres. Bennet sabe interpretar y sobre todo transmitir la naturaleza de estas dos mujeres de manera mucho más compleja ya la vez mucho más comprensible de lo que se podría encerrar en esas dos palabras. Sofía y Constancia, nada menos.

Ambas son las hijas de un tendero que regenta su negocio en las "Five Towns", la zona geográfica semificticia donde Bennett ubica la inmensa mayoría de sus novelas (región basada en la región natal del autor, como explico en la entrada cuyo link está justo antes en este párrafo). Sophía que obviamente lleva la vida más excitante de ambas decide fugarse a París con el primero que pasa, mientras que Constance permanece siempre en su pueblo natal. Allí se casa y allí crece, madura y envejece. A lo largo de todo el desarrollo (no querría explicar mucho más del argumento, me parece mal hacer un spoiler del mismo) lo que más podría llamar la atención es que las vidas de las hermanas son a la vez, interesantes y aburridas, destacables y al mismo tiempo absolutamente carentes de brillo alguno. Vidas corrientes como las que llevamos la mayoría de nosotros. Vidas con sus enfados y disputas, con su felicidad (que cada uno interpreta y ejecuta a su manera), a ratos aburridas y a ratos excitantes. Unas veces lógicas y otros incomprensibles para nosotros mismos.

Caricatura de Bennett por D. Levine


Todos conoceremos a hermanos reales que han llevado ese tipo de vida. Incluso puede que más de uno pudiéramos ser incluidos en el saco. Decía un crítico que "Bennett cree en la gente corriente y puede trascender en ella". Vemos ante nuestro ojos hincharse las vidas de las hermanas, crecer las esperanzas de Sophia, el potencial que pueden tener... y de repente viene la contra,  el castillo de naipes comienza a derrumbarse. Sophia vive desde dentro hechos históricos como el Sitio de París por los prusianos, pero pasa por ellos sin ser afectada emocionalmente. Dedicada a una única finalidad, manejar adecuadamente su pensión. En realidad esta visión miope de ciertos hechos históricos por parte de la gente del pueblo que los vive de cerca resulta muy interesante y fue defendida por el propio Bennet. Dice en el prefacio:
"La gente corriente siguió viviendo vidas corrientes durante el Sitio y para la gran masa de la población, el Sitio no fue el asunto dramático, espectacular, emocionante, extático que se describe en la historia".
Lo dicho, gente completamente corriente. Las cuatro partes del libro llevan títulos también suficientemente elocuentes por si mismas: la primera "Mrs. Baines" centrada en la madre de ambas, que es la que gobierna la casa en su adolescencia (su padre es un enfermo crónico), la segunda "Constance", la tercera "Sophia" y la cuarta (en muchos aspectos la mejor para mi), titulada "What life is". Con cada parte, Bennet va elaborando toda su teoría sociológica de esa vida desconocida que todos hemos llevado cuando llegamos a viejos.


La edición española



Como se supone que uno debe ser objetivo con los libros que lea (para empezar objetivo con uno mismo, para seguir objetivo con los demás), no diría yo que tengo claro que The Old Wives´ Tale pueda ser considerado probablemente un clásico de la literatura o un libro absolutamente inolvidable (tan pocos lo son en realidad). A veces se acerca peligrosamente al límite de la verborrea y otras trata de meternos en el corral con un discreto abuso de los signos de puntuación, especialmente con las exclamaciones que nos dejan claro cuando debemos sorprendernos. A veces las descripciones pecan de excesivamente prolijas. Pero no obstante es una lectura extremadamente recomendable. Divertida en muchos momentos, amena casi siempre y muy sólidamente escrita. Algunos pasajes son estupendos, como aquel en que Sophía, a la que han encargado vigilar un rato a su padre enfermo en la cama, se escapa para charlar con su novio y al volver descubre que este ha muerto.

Tras haber sido vigilado sin éxito durante catorce años había, con la perversidad natural de un inválido tomado ventaja del  breve abandono de Sophia para expirar. Se diga lo que se diga, entre el horror de Sophia y su terrible pena y vergüenza, a veces la visitaba la idea: ¡su padre lo había hecho a propósito! 

Si algo tengo claro, en este caso como en muchos otros, es que si Bennett no es bien conocido por estos lares no es porque no se aun buen escritor (que lo es), sino posiblemente porque su obra ha sido traducida solo en una ínfima proporción a este nuestro idioma. No puedo encontrar otra justificación, la verdad. No en vano, Dame Margaret Drabble (que escribió una estupenda y elogiosa biografía de Bennett) lo llama "uno de los inmortales" en este video introductorio de un documental sobre el autor (que estoy buscando a brazo partido por los mares de internet).



Pero por otra parte hay que reconocer que Bennett ha tenido un eclipse (esperemos que temporal) por deseo y acción de diversos críticos que le atacaban por, explicado en el sentido más básico, ser el último bastión de una forma para ellos extinta de escribir (o que al menos debía ser extinta). Una de las más conocidas fue mi (nunca suficientemente elogiada) Virginia Woolf. Esta, en un ensayo titulado "Mr. Bennett and Mrs. Brown" (que podéis encontrar aquí en una edición estupenda en inglés) arremetía contra Bennett en el sentido que acabo de comentar. De hecho no es raro encontrar críticas negativas aun hoy en día respecto de Bennett. Afortunadamente desde los años 70-80 han ido apareciendo diversos especialistas (Margaret Drabble, Francine Prose...) que tratan de restaurar la figura de este escritor al lugar que merece y que muchos otros igual o menos dotados no han tenido tanta dificultad en alcanzar.

También E.M. Forster (es curioso, pero yo habría esperado que Forster apreciara mejor esta novela), hablando de las dos hermanas dijo que: "estaban condenadas a la decadencia de una manera tan completa que resultaba totalmente atípica en la literatura". Algo más objetiva fue a opinión de otro gran escritor, Max Beerbohm, que dijo que la novela "trata acerca del paso del tiempo, de la imparable fusión de la juventud en la edad madura, la invisibilidad de las trampas de nuestro propio carácter, a las que nos dirigimos de manera incauta, con completo desconocimiento".
Bennett tiene incluso un famoso plato culinario con su nombre (que podemos ver preparar en el video anterior), la Arnold Bennett Omelette, también llamada Savoy Omelette. Bennett escribió una novela (Imperial Palace) mientras se alojaba en el Hotel Savoy de Londres. A medida que él perfeccionaba su novela, los chefs del hotel perfeccionaban para su disfrute una tortilla que llegó a equiparar su fama y que el escritor solicitaba en cada lugar que visitaba. Es una tortilla en cuyo relleno se usa un pescado ahumado llamado Haddock, que deduzco (a riesgo de equivocarme completamente) deben ser anchoas (arenques ahumados), aunque los diccionarios lo traducen como "Abadejo". La tortilla aun sigue en el menú del Savoy. La verdad es que la pinta es magnífica.

La Arnold Bennett omelette.




En inglés: Arnold Bennett. Old Wives´ Tale. Edit Penguin (Penguin Classics). 2007. 624 pps.
En español: Arnold Bennett. Cuento de viejas. Edit. RBA, 2011; 736 págs.

http://strange-library.blogspot.com.es

Bennett, el arte sin afectación, por El infierno de Barbusse

Arnold Bennett ejemplifica como pocos al escritor de gran éxito en vida que es relegado a un segundo plano tras su muerte y que, solo mucho tiempo después, es «redimido» por un nutrido grupo de avispados lectores. La razón de su olvido no tiene nada que ver, como ocurre en otros casos, con la discreta calidad o el escaso interés de su obra, sino más bien con los avatares de la historia de la literatura. Sus orígenes humildes, su manera de entender el arte, y el hecho de ser el epígono de la gran generación de escritores realistas victorianos le granjearon la enemistad de los que por aquel entonces se erigían en dioses del Olimpo literario. T. S. Eliot, George Bernard Shaw, Ezra Pound, E. M. Forster, D. H. Lawrence y, especialmente, Virginia Woolf le dedicaron acerbas críticas y afilados dardos envenenados. El calificativo más tibio con que la autora de Las olas le obsequió es el de «hortera de la literatura».

Una de las razones por las que Bennett sufrió más desprecio fue por su proclamada anti-intelectualidad. Siendo él mismo un intelectual, no ejerció nunca como tal, ni alardeó de ello. Concebía la literatura, y el arte en general, como un medio de ganarse la vida, no más trascendente que cualquier otro. Era alérgico a las solemnidades, remilgos y afectaciones con que los creadores y críticos literarios revisten el oficio de escritor. Para potenciar aún más su posición de hombre de a pie, alardeaba de su gusto por el dinero, los barcos, las multitudes, los excursionistas playeros, el periodismo y la publicidad, algo que erizaba el vello de los intelectuales canonizados. 

En una época en que el incremento de la población se veía como una amenaza de la intrusión de la vulgaridad en cualquier ámbito humano y esto no excluía, por supuesto, al arte, Bennett apostó por mediar entre la cultura refinada y la de bajo nivel. Creía que los intelectuales debían de escribir de tal manera que atrajesen a un público más amplio y no veía por qué había que considerar automáticamente una basura lo que era del agrado de las masas. Según él no había ninguna diferencia esencial entre el lector popular y el refinado. En un artículo titulado "Fame and Fictions", de 1901, decía:
«El arte no es sólo un elemento de la vida; es un elemento de todas las vidas. La división del mundo en dos clases, una de las cuales tiene el monopolio de lo que se denomina «sentimiento artístico», es arbitraria y falsa. Todos somos más o menos artistas; o lo que es lo mismo: no hay persona que carezca por completo de esa facultad de poetizar que, al ver la belleza, la crea, y que, cuando es suficientemente poderosa y capaz de expresarse, da lugar al compositor musical, el arquitecto, el escritor imaginativo, el escultor o el pintor. Quienes ignoran persistentemente esta verdad obvia son causa de muchos equívocos y más de una amargura. La culpa es, en origen, de la minoría, de las personas más artísticas, que han impuesto una distinción artificial a la mayoría, los menos artísticos.»

El exclusivismo de la minoría intelectual, concluye Bennett, ha dividido el mundo en dos campos hostiles, y seguirá dividido hasta que la minoría haga un esfuerzo por entender a la mayoría, iniciando así una «democratización del arte». Bennet creía firmemente en el poder de la educación para cerrar dicha brecha. Su aportación personal, además de sus propios novelas, era la reseña de libros, que educaba el gusto del público inglés. Introducía a sus lectores en las obras de la literatura moderna que consideraba auténticamente valiosas sin adoptar un tono condescendiente o elitista. La lista de escritores a los que elogió refuta al instante cualquier acusación de incultura: Turguéniev, Stendhal, Dostoievski, Chéjov, Maupassant, Proust, Joyce, Faulkner, Gide, etc. En realidad, nada más lejos de los gustos de un hortera de la literatura; en esto iba bastante mal encaminada la señora Woolf.

La defenestración de Bennett por parte de la élite intelectual vanguardista de preguerra fue decisiva para el injusto desplazamiento de su nombre del estante rotulado como “buena literatura», al que sin duda pertenece por méritos propios. Es por esto por lo que no ha tenido la fortuna editorial de otros grandes novelistas coetáneos, como Jospeh Conrad y H.G. Wells, por ejemplo, enormemente populares. Fue solo en la última década del XX, sesenta años después de la muerte de Bennett –¡menudo tirón de orejas merece la señora Woolf y compañía!– cuando su obra comienza de nuevo a despertar la atención de los editores, en gran parte debido al crítico John Carey, quien en su libroLos intelectuales y las masas (1992) habla de Bennett apasionadamente. A partir de entonces, las continuas reediciones de sus obras han tenido una excelente acogida por parte del público lector en el ámbito anglosajón. En España, sin embargo, aún está por redescubrirse la valía de este gran escritor, que cultivó como pocos el humor, la ironía y la elegancia británicas. En nuestras librerías sólo está disponible, de momento, su novelaCuento de viejas, publicada en 2011 por RBA. Otros títulos suyos solo son encontrables en librerías de antigüo y ocasión, en ediciones de hace más de treinta años. Dejemos tiempo al tiempo y esperemos que alguna perpicaz editorial tome la feliz decisión de dar a conocer decididamente a este excepcional escritor a los lectores españoles. 

La calidad, como la verdad, siempre sale a flote, por muchas virginias woolf que intenten desvirtuarla, taparla o hundirla. Al final, lo que queda es la obra, la obra desnuda, descontextualizada. Y es la obra la que invade o no la sensibilidad del lector, la que, por su propia fuerza, pervive o sucumbe. Los calificativos, las ridiculizaciones o las interpretaciones ajenas quedan siempre al margen. Lo dijo de manera admirable el propio Bennett, por boca de Priam Farll, el entrañable personaje de su inolvidable novelaEnterrado en vida: «En arte, nada vale ni nada cuenta sino la obra misma, y (…) no hay cantidad de charla inepta que pueda afectar positivamente, en bien o en mal, el valor de una obra de arte ante el mundo.»

[Este texto es la contribución de El infierno de Barbusse al homenaje que hoy, 27 de marzo de 2013, la Arnold Bennett Bloggers Assembly dedica al escritor inglés, una plausible iniciativa de Elena Rius, de Notas para lectores curiosos, y José C. Vales, deLas luciérnagas no usan pilas.]http://www.elinfiernodebarbusse.com

Arnold Bennett y nuestro tiempo, por Reading at the Moonlight

Hace unos meses, recibí un e-mail de Elena Rius donde me explicaba que, junto a José C. Vales, habían organizado la Arnold Bennett Bloggers Assembly, una puesta en común sobre Arnold Bennett, un autor británico de finales del siglo XIX y principios del XX, muy famoso en Gran Bretaña pero completamente desconocido aquí. Era un autor al que tenía desde hace tiempo en cartera así que no dudé ni un minuto en unirme a la propuesta.

Lo primero que hice fue buscar en la web de Biblioteques de Barcelona, ver cuáles de sus obras podía sacar de la biblioteca y qué era imposible de encontrar. Lo cierto es que, algo que ya me habían advertido, Bennett cuenta con muy pocas obras traducidas al castellano y una gran parte de estas se publicaron en la primera mitad del siglo XX. Así que vi una oportunidad para leer alguna cosa suya en inglés, a pesar de qué sabía que habría alguna de sus obras que leería en castellano.

Durante estas semanas que llevo preparándome para la cita, le he cogido el gusto y no he podido resistir a leerme tres de sus obras. Bueno, con dos todavía estoy en proceso pero en esta Semana Santa les daré un buen empujón.

La primera entrada que le voy a dedicar a Arnold Bennett viene motivada por el primer libro suyo que leí, Cómo vivir con veinticuatro horas al día, un pequeño ensayo lleno de ironía sobre nuestro tiempo y a que podemos dedicarlo si queremos aprovecharlo al máximo, en el sentido más amplio de la palabra.
Bennett fue periodista antes de dedicarse a la novela y muchas de sus obras "ensayísticas" beben de esas fuentes. En parte, se parece a este tipo de artículos de las revistas como "Pierda 5 kilos en siete sencillos pasos" pero, por supuesto, con una manera más divertida de enfocar el asunto.

Desde un primer momento, se dirige a nosotros, a todos aquellos que sabemos que estamos desperdiciando nuestro tiempo y que querríamos hacer más. Eso sí, todos los que encontráis que estáis perfectamente satisfechos con vuestro tiempo y sabéis lo que hacéis, ni se os ocurra seguir sus consejos. Eso sí, dejad nombre y dirección, que Bennett, en su postmortem, debe querer conoceros.




Algo que me ha gustado muchísimo de Bennett es su interés por la lectura, el arte, la música y por los consejos que nos da para que aquellos que no están iniciados en ninguna de estas artes, pierdan el miedo a adentrarse en ellas. Uno de los capítulos se titula  "Nada es aburrido", algo con lo que estoy muy de acuerdo y él mismo se esfuerza en darnos ejemplos. Por ejemplo: si te gusta la naturaleza y el coleccionar insectos, ¿por qué no te acercas a la farola más cercana con un cazamariposas? Allí tienes fauna de sobras.

Por cierto, Bennett tiene una gran debilidad por recomendarnos lecturas, a lo que dedica un capítulo entero pero como otra de mis lecturas habla de ello, os lo comentaré más extensamente en la siguiente entrada. Quizá esta entrada es la que resulte más formal y aburrida así que en las próximas voy a soltarme el pelo. Avisados estáis.

"Recientemente, en un diario, se ha armado un buen revuelo alrededor de la cuestión de si una mujer puede vivir decentemente en este país con ochenta y cinco libras al año. He visto un ensayo titulado Cómo vivir con ocho chelines a la semana, pero nunca he visto un ensayo titulado Cómo vivir con veinticuatro horas al día. Y eso que se dice que "el tiempo es oro". La sentencia se queda corta. El tiempo es más que oro. Si tienes tiempo, normalmente puedes conseguir dinero. Pero aunque estés más forrado que los guardarropas del Carlton, no puedes comprarte ni un minuto más del tiempo del que tengo yo o tiene el gato amodorrado a la lumbre." 
http://fotografiandopies.blogspot.com.es

Arnold Bennett me traslada a un gran hotel, por Reading at the Moonlight

La segunda lectura que me gustaría acercaros es una novela y por lo que he leído bastante diferente al estilo habitual de Bennett. Podría haber empezado la entrada así: "Soy littleEmily y soy adicta a Arnold Bennett." Muy Alcohólicos Anómimos pero más al estilo upper-class británico, que quizá no sea lo que más abunda en esta novela, pero la clase inglesa siempre está presente.

Ya os conté en la entrada anterior que cuando Elena Rius me habló de este proyecto, me lancé a buscar obras de Arnold Bennett. La primera opción era leer alguna de sus novelas, en particular Cuentos de viejas. Después, pensé en Anna of the Five Towns, algo que ligaría con uno de mis retos de este año, ese del que todavía no he contado nada. Continué con la idea de buscar algo más corto y se me ocurrió la idea de descargar los Tales from a Five Towns. Sin saber como, me vi arrastrada por la idea de leer sus ensayos, léase Literary Taste, en el que ya estoy absorbida. Pero al final, buscando en Kindle que obras había disponibles, vi que ésta, Gran Hotel Babylon, podía resultar interesante. Y es la otra lectura de Bennett que me ha tenido absorbida últimamente.




Cuando veo una fotografía de Arnold Bennett me lo puedo imaginar perfectamente camuflado en un hotel como el Babylon. Un hotel a donde acudieran diplomáticos, millonarios, príncipes, reyes y emperadores, miembros de la aristocracia y él esperara atento en el restaurante, atento a todos los acontecimientos que se produjeran y tomando notas. No me extraña que Bennett diese su nombre a una tortilla, la famosa Omelette Bennett, creada en el Hotel Savoy, allá donde se estrenaban las operetas de Gilbert & Sullivan.

El Gran Hotel Babylon nunca existió pero está presente en todos aquellos míticos hoteles británicos de los que todos hemos oído hablar alguna vez: el Ritz, el Savoy, el Waldorf... El protagonista del libro es el hotel pero también la familia Racksole, padre e hija, millonarios americanos que un día, sin venir mucho a cuento y sin pensárselo demasiado, mientras están de vacaciones en Londres, él decide comprar el hotel después de que el famoso chef del restaurante se haya negado a servirles, por indigno, un bistec y una cerveza. Sí, hijos míos, quien tiene tanto dinero se puede permitir comprar un hotel con la calderilla que le sobre, pero claro, el Babylon no es un hotel cualquiera, como ya le advierte Félix Babylon a Racksole, tantos aristocratas y príncipes, pueden atraer muchos problemas. Por otro lado, Nella, la caprichosa hija de Racksole (caprichosa solo al principio), se autonombra recepcionista del hotel. Como el buen señor Babylon le dijo, llevar un hotel como éste no será nada fácil y Racksole no tarda en darse cuenta. Lo cierto es que, en muy poco tiempo, los dos se ven envueltos en un sinfín de acontecimientos que implican a ciertos personajes que salen y entran como si la narración fuese un juego de espejos.



 

Al final, llegas a la conclusión de que Bennett ha conseguido crear un divertimento entretenido, interesante y sobre todo, original, sin despeinarse. Incluso me ha recordado en algunas partes a Agatha Christie y me he llegado a preguntar si la célebre dama del crimen le leía.

Por lo que he aprendido sobre él en estas últimas semanas, Bennett nunca se tomó muy en serio a sí mismo. Algo que me ha hecho gracia porque yo sí lo he hecho. Acostumbrada como estoy a leer a autores británicos y conociendo su peculiar sentido del humor (aquí debo hacer un inciso para comentar que no todos lo tienen) me ha sorprendido ser capaz de tomármelo tan en serio. En otros autores ha sido totalmente contraproducente pero Arnold Bennett siempre te sorprende.

De momento mi experiencia con Bennett se acaba aquí. Ojalá dentro de un tiempo pueda comentaros nuevas lecturas que me hagan ampliar un mundo literario tan interesante...
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Arnold Bennett y el sistema de filosofía práctica, por Las luciérnagas no usan pilas

Apenas queremos empezar a hablar de Arnold Bennett, y enseguida surge -como dama justiciera- la figura de Virginia Woolf, declarando -poco menos- que los personajes de Bennett son como muñecos vacíos, antiguos y carentes de todo interés para la nueva literatura. El autor de Cuento de viejas, como E. M. Forster y otros epígonos victorianos, también era consciente del cambio de rumbo que se estaba produciendo en la literatura inglesa y universal. Y es cierto que estos autores revelan una especie de desconcierto ante el mundo que se abre ante ellos y, desde luego, una suerte de estupefacción incrédula ante la tremenda carnicería de la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes literatos, dispuestos a esgrimir la cachiporra de la vanguardia para acabar con los "antiguos", no tardaron en dejar claras sus intenciones. Virginia Woolf, sobre todo, recriminó a Bennett que sus personajes no tuvieran vida o, más bien, que la vida que le interesaba a Bennett ya no le interesaba al arte literario moderno: "¿No será acaso que la vida ya no es como nos la presentan?". La propia Woolf, por contraposición seguramente a su literatura emocional, o psicológica o espiritual, califica la novelística bennettiana como "materialista". En opinión de Woolf, los personajes de Bennett llevan una vida atareada, van de un lado a otro, conversan, tienen preocupaciones, etcétera... "pero seguimos sin saber cómo viven o para qué viven". Digamos que... les falta un poco de la superabundante vida interior que rebosa en los personajes de Virginia Woolf.





¿Significa eso que los personajes de Bennett están "huecos"? Bueno, al menos no están "llenos" de lo que a Virginia Woolf le interesaba. Los personajes de Bennett no sufren las angustias de los personajes de Woolf, eso es evidente. Y ello se debe a que tanto ellos como su autor procedían de un mundo en el que bullía una "mentalidad" diferente. (Utilizo aquí 'mentalidad' en el sentido de estructuras de ideas propias de un período histórico, tal y como se definen en la disciplina de la Historia de las Ideas). Y no se trata únicamente de una mentalidad "realista" ni de una opción literaria que aboque al autor a levantar un monumento quasirreal, como señalaba Henry James, porque en Bennett también hay toda una herencia de la literatura victoriana tardía, relacionada con la literatura "sensacional" o con los emocionantes folletines de algunas décadas anteriores. Y, sobre todo, en Bennett se aprecia la decisión de centrar la mirada literaria en un aspecto fundamental del pensamiento británico: el espíritu práctico. Quienes hayan disfrutado con la novelística de Jane Austen saben a qué me refiero, y también sabrán que es una herencia de sus predecesores, muy interesados en esa parte tan escasamente romántica que poseen los británicos y que les obliga a considerar los "aspectos financieros" de la existencia, tanto en las relaciones sociales, como en las familiares o las sentimentales.
 





En algunas de sus novelas Arnold Bennett llama a esta mentalidad "Sistema de Filosofía Práctica" (System of Practical Philosophy). Dicho sistema no se ocupa de las emociones, los sentimientos, las amarguras, las dudas existenciales, los traumas psicológicos o los éxtasis artísticos; se ocupa, más bien, de los trabajos domésticos, del aspecto de las personas, de las relaciones humanas, del dinero del banco, de la reputación social, de los perros de la casa, de las vacaciones o del periódico del día. No es que haya una mirada distinta al mundo: ¡es que simplemente se miran otras cosas!
Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que la literatura de Arnold Bennett parezca un monumento a la quasirrealidad. De acuerdo: a los personajes no les suceden cosas espantosas ni terribles, ni tienen una vida interior desequilibrada, tortuosa o enloquecida... simplemente están ahí, y viven en un mundo aparentemente anodino y vulgar. Lo asombroso es que Arnold Bennett consigue que la vida arreglada conforme al Sistema de Filosofía Práctica resulte simplemente deslumbrante. Él lo llamaba "el milagro cotidiano".
 





Dada la pasión que Bennett sentía por la vida anodina, irrelevante, común y vulgar, no resulta extraño que redactara algún manual de vida cotidiana. En Cómo vivir con veinticuatro horas al día, Bennett propone a sus lectores adquirir la conciencia del milagro que representa vivir. En "El milagro cotidiano" revela a las claras que disponemos de 24 horas al día y que malgastarlas sería aún más estúpido que malgastar el dinero o los bienes de que dispongamos.
 
¿Quién de nosotros vive con veinticuatro horas al día? Y, cuando digo "vive" no digo "existe" ni digo "pasa por ahí". [...] Nunca tendremos más tiempo. Tenemos, siempre hemos tenido, todo el tiempo que hay. La intuición de esta profunda y poco conocida verdad (cuyo descubrimiento, por cierto, no me atribuyo) me ha llevado a emprender un minucioso examen de los dispendios diarios de tiempo.
 
Cómo vivir con veinticuatro horas al día no es sólo un opúsculo divertidísimo. Es también un verdadero tratado del Sistema de Filosofía Práctica de Bennett. (Por otro lado, está maravillosamente escrito y el lector puede disfrutar del finísimo sentido del humor del autor al tiempo que descubre prismas nuevos desde los que observar el mundo). Para vivir, parece decirnos Bennett, hay que esforzarse. Disfrutar de la vida también requiere un esfuerzo y, bien mirado, "nada es aburrido". El mundo ofrece tal cantidad de asuntos que parece asombroso que haya quien se aburra...
 
¿Por qué no sales de casa, en zapatillas, y te acercas a la farola más cercana con una red de mariposas? Verás que fauna de polillas comunes y no tan comunes revolotea por allí...
 
Y más adelante:
 
No hace falta dedicarse al arte o a la literatura para vivir en plenitud. Todo el panorama de escenas y costumbres diarias se presta a satisfacer esa curiosidad que llamamos vivir.
 
Seguramente no es necesario ir más allá. Buena parte de la obra de Arnold Bennett (al menos su obra más representativa) tiene como fundamento el asombro ante esas escenas y esas costumbres diarias y cotidianas. El sistema de filosofía práctica que mueve el mundo: la compraventa, los matrimonios, las amistades, los negocios, los hoteles, los periódicos, la bolsa, el arte, los viajes...
Virginia Woolf se asombraba de lo que bullía en su cabeza y en la de James Joyce; Arnold Bennett se asombraba ante los sucesos en una mercería, en un hotel, en una calle de Putney, en una pensión parisina o en un espectáculo público.
Ni siquiera tenía sentido la disputa literaria: vivían en mundos diferentes.
 
[Si quieres leer otros artículos y otras opiniones sobre Arnold Bennett, puedes visitar la Arnold Bennett Bloggers Assembly En esta página encontrarás un listado de blogs que han participado en este encuentro literario sobre Arnold Bennett]
http://www.josecvales.com/blog/

Arnold Bennett y los clásicos, por Notas para lectores curiosos


Arnold Bennett, retrato de William Rothenstein

Arnold Bennett (1867-1931) fue un hombre de orígenes humildes, "hecho a sí mismo", epítome de los valores eduardianos de laboriosidad, tenacidad y afán de mejora. (No señores, no todos los valores de esa era están caducos; sin ir más lejos, esta ética de la superación, del enriquecimiento moral, nos haría mucha falta hoy.) Además de ser un prolífico autor de novelas, relatos, obras teatrales e incluso una ópera, escribió innumerables artículos y opúsculos que tenían como finalidad la "educación del hombre común": sí, aspiraba a mejorar las vidas de sus semejantes. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en su encantador librito Cómo vivir con 24 horas al día, cuya lectura recomiendo (además, es de las pocas obras de Bennett que están disponibles en español hoy). Escribió asimismo un breve tratado con el maravilloso título de Literary Taste: How to form it, with detailed instructions for collecting a complete library of English Literature. [El gusto literario: cómo formarlo, con instrucciones detalladas para coleccionar una biblioteca completa de literatura inglesa]. Ciertamente, Bennett -fiel a lo que promete en el título-  da una lista completa (exactamente 335 títulos) de cuáles podrían ser esos volúmenes, incluyendo no sólo los datos de la edición, sino incluso ¡el precio! Cuestión de demostrar que, con una inversión modesta, era posible hacerse con una completísima biblioteca. Pero, más allá de esta anécdota, lo que me ha fascinado de este texto es la gran pasión que rezuman sus páginas por la literatura y, en concreto, por los clásicos. Décadas antes de que Calvino publicase su archiconocido Por qué leer los clásicos, Arnold Bennett ya había dado todas las razones de peso para hacerlo. Empezando por la que para mí es fundamental, y que él enuncia nada más comenzar: "La literatura, lejos de ser un accesorio, es el sine qua non fundamental de una vida completa". ¿Qué es lo que le ha llevado a escribir su tratado? Nada menos que su afán de iniciar en los goces de la literatura a aquellos que aún no los han descubierto:

Lo que más molesta a la gente que conoce la verdadera función de la literatura, y que se han beneficiado de ella, es el espectáculo de tantos miles de individuos que van por ahí creyendo que están vivos cuando, de hecho, no se hallan más cerca de estar vivos de lo que lo está un oso en invierno.

Sólo la literatura nos hace vivir plenamente. ¿Algún bibliómano se lo discutiría? Y dentro de la literatura, Bennett reivindica ante todo el placer de leer a los clásicos. No para "mejorarse a uno mismo", no por afán didáctico  -que, como apunta, es precisamente lo que aleja a la gente de ellos-, sino para disfrutarlos. Para ello, reconoce, es necesario cierto entrenamiento. Pero el entrenamiento que recomienda Bennett no es el que se imparte en los aburridos cursos escolares. Nada de eso. De entrada, recomienda no preocuparse de "la literatura en abstracto, de las teorías sobre la literatura. Ve a por ella. Agarra la literatura por el cuello como un perro agarra un hueso (...) No importa por dónde empieces. Empieza donde más te apetezca. La literatura es un todo". Todo este breve, pero enjundioso, librito esta lleno de frases que cualquier apasionado de los libros grabaría con gusto en piedra:




No existes para honrar a la literatura convirtiéndote en una enciclopedia literaria. La literatura existe para servirte a ti.

 
Deja que una cosa te lleve a la otra. En el mar de la literatura cada parte comunica con todas las demás partes; no hay lagos cerrados en sí mismos.


La literatura tiene desde luego una función menor, la de hacernos pasar el tiempo de manera agradable e inocua, proporcionándonos un leve placer pasajero. Grandes multitudes de personas (entre las cuales se encuentra más de un lector habitual) emplean únicamente esta función menor; su actitud implica que la clasifican entre el golf, el bridge o los soporíferos. (...) Pero tú no eres de esos que leen sólo porque el reloj marca las nueve y uno no se va a la cama antes de las once. Estás animado por un auténtico deseo de sacar de la literatura todo lo que ésta pueda darte.



En resumen, un tratado lleno de amor por los libros y sensatas recomendaciones para disfrutar de ellos, todo ello revestido de la habitual bonhommie de este autor y de singulares ramalazos de humor. Un texto que a mí me inspira admiración y ternura a partes iguales. Como el propio Bennett, por otra parte.

[Esta entrada constituye mi aportación a la Arnold Bennett Bloggers Assembly, un encuentro bloguero dedicado a rememorar la figura de este autor británico. Encontrarán más información al respecto en la página dedicada a esta iniciativa.]
 

La Arnold Bennett Bloggers Assembly y el Gran Hotel Babilonia, por De libro en libro...


Cuando vi la propuesta que Elena Rius nos hacía: un encuentro bloguero en torno a la figura de Arnold Benett, decidí apuntarme. No sé muy bien que fue lo que me impulsó a ello, más aún si tenemos en cuenta que antes de ese momento ni tan siquiera conocía al autor;  o puede que fuera precisamente eso.
 
  Al desconocimiento sobre el autor que pude paliar en parte gracias a la  página de la ABBA e internet, tuve que sumar la dificultad para encontrar alguna obra suya disponible (No tengo –de momento- lector electrónico de libros) En aquellos casos que alguna biblioteca asturiana tenía  obras suyas, resultaba que no eran prestables…

  Al final conseguí dos  de sus novelas en la librería Anticuaria (de la que os hablaré en breve)   Se trata de El Gran hotel Babilonia  -en la edición de 1924,de la editorial Rivadeneyra –y Los Clayhanger, en una edición más moderna , de 1946

   Tanto  El gran hotel Babilonia, escrito  en 1902, como una de las últimas,  Imperial Palace, de 1930, están inspiradas en el hotel Savoy del que fue asiduo visitante –en la carta del restaurante de dicho hotel hay una tortilla que lleva su nombre –Pero centrémonos en la novela.


 Hotel Savoy de Londres, en el que se  inspiró  Bennett
   Se trata de una novela de intriga en la que se mezcla la desaparición de un cadaver con la falta de noticias del príncipe de Posen al que se espera en el hotel o las sospechosas actividades del camarero jefe y algunos otros empleados.  En el otro bando, digámoslo así, un millonario que en un impulso comprará el hotel (y con ello desencadenará los hechos), su hija y el  príncipe Aribert,  familiar y súbdito  del anterior .

 
   En cierto sentido me recordó algunos de los relatos de Sherlock Holmes (Conan Doyle y Bennett eran coetáneos), concretamente en Escándalo en Bohemia. El príncipe de un pequeño reino centroeuropeo que va a casarse pero necesita dejar atrás su pasado “tumultuoso”  También la  búsqueda nocturna en el rio,  evoca alguna otra persecución similar de nuestro querido Sherlock –sin ir más lejos en El signo de los cuatro

  Por otro lado  la figura del millonario americano y su consentida hija, frente a la aristocracia europa;   el ambiente de refinamiento y lujo  que  refleja,  me hacen pensar en P.G, Woodehouse,también contemporaneo de Bennett. Incide en ello que también esta obra tiene ciertos toques de humor. Incluso me vinieron  a la mente las primeras escenas de Rebeca,  cuando se encuentran en el hotel de Montecarlo.

    A medida que avanzaba en la lectura hubo otra novela de la que no podía olvidarme: El canibal que comió demasiado, de Hugh Pentecost. En ella, la acción transcurre si no totalmente, si en gran parte, en un hotel de lujo.  También en la de Bennett  la mayoría de los hechos ocurren en el hotel o en las proximidades del mismo.  

Al principio de la novela, mientras negocian la compra, el señor Babilonia dueño del hotel le dice a Racksole (el millonario):

  ¿No comprende usted que el mismo tejado que cobija habitualmente toda la fuerza, toda la autoridad del mundo, tiene, forzosamente, que cobijar también numerosos e innominados conspiradores, intrigantes, malhechores y perversos?   

  Una de las cosas que más interesante me resultó es como a través de las páginas de la novela y entremézclándolo con la trama nos va enseñando como funciona un gran hotel. De alguna forma, podríamos decir que el hotel Babilonia es un protagonista más. 


 En los artículos que he consultado, se considera a esta novela como una de sus obras menores, pensadas fundamentalmente para entretener. No solo ha cumplido su objetivo  sino que además me ha dejado con las ganas de conocer mas obras del autor; de momento, tengo uan cita con  Los Clayhanger aunque despues de leer este artículo tengo en mi punto de mira Cuento de viejas

  Antes de terminar, quiero incluir una cita que me llamó poderosamente la atención y me hizo pensar que por mucho que nos empeñemos, el mundo no ha cambiado tanto:

 (...) Estos hombres ricos no tienen secretos entre ellos. Forman un corrillo, más unido que cualquiera de lso que tú puedas formar, y más poderoso. Hablan y, hablando, rigen el mundo estos  millonarios. Son los verdaderos monarcas. 

En el rincón musical la entradilla de una serie de los años 80 que transcurría precisamente en un HOTEL
 
http://delibroenlibro-lamemmour.blogspot.com.es/

Bennett; el otro, el mismo, por Meliora latent

Como siempre llego tarde porque dejo todo para último momento. Así que mi compromiso con la Arnold Bennett Blogers Assembly se me pasó como dos días.

Sin darle más vueltas a la cosa y para que quede al menos registro de que soy poco confiable pero no completamente irresponsable... quiero hacer un breve comentario sobre la novela Buried Alive  o Enterrado en vida según la traducción castellana.

En Argentina es casi la única novela traducida que se consigue en ediciones más o menos actuales. No han llegado las nuevas traducciones españolas de Cuento deviejas de 2011, ni ese ensayo tan particular que promete ser Cómo vivir con 24 horas al día y encargar libros a vendedores extranjeros se ha convertido no ya solamente en algo carísimo sino prácticamente imposible por nuestras restricciones cambiarias. Gracias a Dios existen los ebooks; y las obras de Bennett en inglés puedo leerlas bastante bien en mi kindle, a pesar de mis limitaciones lingüísticas.Pero esta vez quiero, antes que nada, comentar unos asuntos externos que resuenan curiosamente en el meollo de  Enterrado en vida

Esta novela trata de un hombre tan tímido que prefiere dejar creer al mundo que ha muerto antes que contradecir a quien lo ha confundido con su mayordomo. Para acentuar más el embrollo de identidades, el asunto es que el protagonista era un pintor famoso que había revolucionado los círculos artísticos de Europa y vendía sus obras a precios altísimos, pero nadie conocía más que su nombre y sus obras: era un misterio oculto al que no se le conocía la cara.  Así las cosas, nadie se da cuenta del error en que se embarca el país entero cuando homenajea a otro –al cadáver de otro– como a su mayor artista y el nombre, Priam Farll, resuena en todo Londres como sinónimo del  merecido orgullo nacional en el campo de las artes.

La novela tiene muchos más vericuetos y en especial un personaje fantástico, como la inigualable Alice, una viuda sensata y pragmática que el protagonista tiene la suerte de encontrar por otro impulso e intercambio de identidades y quien lo guiará a su nueva vida de hombre común, modesto, tranquilo y alejado del mundo sofisticado en el que se movía antes, cuando era Priam Farll, el gran pintor aristocrático.


Decía que en Argentina este libro se encuentra en muchos vendedores de viejo. Y esto es así porque salió en la famosa colección “Jorge Luis Borges – Biblioteca Personal”. Esos libros negros de tapa dura y letras en dorado que editó Hyspamérica a mitad de los ’80. Son unas cien obras elegidas por Borges como una suerte de testamento de lector.
 
“No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de  tantas literaturas.”

Dice Borges en la página de presentación de la colección que acompaña todos sus volúmenes.
 
No me parece extraño que entre las novelas de Bennett, Borges haya elegido ésta. Y no sólo porque despliega una fina ironía inglesa, sino especialmente porque desarrolla el tema del otro o del doble al que tantas vueltas le dio él en sus obras.Pero sin embargo, sí es un poco un misterio por qué Borges habrá elegido a Bennett en su limitada colección. A diferencia de otros autores de esta "Biblioteca Personal", muchas veces mencionados en todos sus años de comentarios y reseñas literarias, no encuentro que haya hablado de Bennett antes, e incluso, no parece haber sido un autor conocido entre nosotros.

Vale la pena transcribir el breve prólogo que escribió Borges para Enterrado en vida:

Enoch Arnold Bennett (1867-1931) se consideraba un discípulo de Flaubert, pero no pocas veces fue algo menos severo y más agradable: un buen heredero de Dickens. Nos ha legado tres largas novelas hoy clásicas: The Old Wives’s Tale (1908), Clayhanger (1910) y Riceyman Steps (1923), que indudablemente son obras maestras, de lectura intensa y conmovedora. En su Historia de la literatura inglesa, obra curiosamente parca en elogios, George Sampson lo juzga genial, pero este epíteto sugiere violencias y altibajos que son del todo ajenos a Bennett y a su estilo sereno, que pasa inadvertido como el cristal. Bennett se entregó a la literatura con una suerte de entusiasmo tranquilo. A diferencia de H.G. Wells, de quien era amigo íntimo, nunca permitió que sus opiniones intervinieran en su obra.
Enterrado en vida data de 1908. Su héroe, Priam Farll, que manda a la exposición anual de la Royal Academy un cuadro con un vigilante y, al año siguiente, otro con un pingüino es un tímido; la historia entera, con todas sus luces y sus sombras, surge de un solo acto de timidez. La crítica la juzga la mejor de las comedias domésticas de Arnold Bennett, pero esa abstracta definición, acaso irrefutable, nada nos dice de las muchas felicidades y de las muchas sorpresas que en este libro nos aguardan.
Arnold Bennett fue uno de los primeros que reconocieron a William Butler Yeats. Escribió “Yeats es uno de los grandes poetas de nuestra era, porque media docena de lectores sabemos que lo es.”


Tan poco conocido era Arnold Bennett para 1985, cuando se publicó el volumen, que la editorial tomó una decisión curiosa y que lo haría pasar aún más desapercibido entre nosotros, tal vez: como se ve en la tapa, eligió tomar el nombre que Bennett casi no usaba y lo llamó Enoch A. Bennett... 



Borges murió al año siguiente sin haber completado los prólogos de todos los títulos de la colección. ¿Se habrá enterado de este error o nunca lo supo? ¿O acaso podría haberse divertido con semejante confusión de identidades tan adecuada para esta historia? No lo sabremos, pero lo cierto es que cuando se recopilaron los prólogos de Borges a esta colección nadie subsanó el error y se mantiene ahora nuestro autor como “Enoch A. Bennett”.  A medias desconocido o confundido con otro, como Priam Farll.